Crucé el portal oscuro para ir más allá de toda frontera. Oí tu llamada en lo profundo y, como hija tuya, acudí al amor. Sentí a mi tierra abrirse para recibir la vibración del amor, expandiendo su fertilidad hacia el infinito. Fecundada por el impulso masculino, manifesté las semillas de tu luz pariendo de nuevo una comprensión tan vieja como el mundo.
En la mirada hacia dentro, hacia el corazón del mundo, perdí mis ojos, todos mis sentidos, y también la razón. En esos lugares de negro manto, donde la luz conocida no llega, los sentidos ordinarios no pueden guiarnos, pues la información que de ellos proviene se encuentra en caos y confusión.
El corazón del mundo no está hecho para ser visto, ni olido, ni lamido, oido o tocado con la piel de la razón. A él se llega únicamente cabalgando la luz del amor, guiada por otra visión, esa que permanece despierta cuando los otros sentidos parecen dormir al ponerse el sol. Porque en estos reinos manifiestos unos sentidos salen y otros se ponen, como orbitan la luna y el sol, en una danza donde los espacios y los tiempos se equilibran en el eje del silencio y el vacío.
En la cuenca húmeda y sombría de nuestro vientre, a veces caliente y a veces fría, la clave es la intuición, la vibración, el sonido inaudible, el extraño resplandor. La luz de la razón no puede alcanzar la luna de nuestro vientre, así como la luz del sol apenas llega hasta las simas, el fondo profundo de los mares. Sólo el sonido del corazón, la vibración del amor que nace en nuestro vientre es capaz de surcar todos los mares, porque en esos reinos no hay distinciones y todos somos un solo latido, un solo amor fecundo que renace continuamente en un ciclo infinito.
Y la Guardiana dijo:
Dirige tus ojos al corazón, y entonces verás.
Lleva tus oidos al silencio del vientre, y oirás.
Degusta el aliento interno, y te nutrirás.
Despide el olor del pasado, y te equilibrarás.
Expande tu tacto, y lo externo e interno fundirás.
Extraído del TAO de la MUJER
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