viernes, 31 de agosto de 2012

El Vínculo Sagrado con la Tierra - Vandana Shiva.

    
Mientras el suelo era la madre sagrada, el seno de la vida de la naturaleza y de la sociedad, su  inviolabilidad fue el principio organizativo de sociedades que el «desarrollo» ha declarado  atrasadas y primitivas. Pero son gente de nuestro tiempo, que  no se diferencian de nosotros por  pertenecer al pasado, sino por tener un concepto diferente de lo que es sagrado y de lo que hay  que conservar.    Esta sacralización es el nexo que une las partes con el todo. La tierra es la fuente de la integridad  de las personas  y de la naturaleza. Su santidad debe preservarse y deben establecerse limites a la  acción humana. La sacralización del suelo actúa como sanción contra la violencia del progreso.    Existe una religión muy local y concreta, pero que parece prevalecer en todo el mundo: una  religión basada en considerar a la  tierra como una madre sagrada. Esta es la religión que el  desarrollo destruye. El sacrificio, en términos del desarraigo físico de la población, es de por sí  brutal y grave. Pero peor es la pérdida de la identidad, el ser arrancados no sólo de la tierra sino  del propio ser. Las  comunidades que extraen su sustento del suelo no lo ven sólo como algo físico  dentro del espacio cartesiano. Para ellos el suelo es la fuente de todos los significados. Como dijo  un aborigen australiano: «Mi tierra es mi espina dorsal. Mi tierra es mi origen.» Suelo y sociedad,  la tierra  y su población están íntimamente conectados. En las culturas tribales y agrarias la  identidad cultural y religiosa deriva de la tierra. El suelo no es «un mero factor de producción»,  sino el alma de la sociedad.    El suelo personaliza el hogar espiritual y religioso de la mayoría de las culturas. Es  la placenta de la  producción de la vida biológica, así como de la vida cultural y espiritual. Representa a todas las  fuentes de sustento. Es el hogar en el sentido más profundo de la palabra. El suelo es el espacio  cultural y espiritual en el que se constituye la memoria,  el mito, la historia y las canciones que  componen la vida diaria.    Un viejo hindú decía: «El sol, la luna, el aire y los árboles son signos de mi continuidad. La vida  social continuará mientras éstos sigan viviendo. Yo nací como parte del suelo. Voy con ellos. El que  nos ha  creado a todos nos dará comida. Si hay tanta variedad y abundancia en el suelo, no tengo  por qué preocuparme por mi continuidad.»    La tierra es pues la condición para regenerar la vida de la naturaleza y la vida de la sociedad. De  este modo, la renovación de la sociedad  pasa por preservar la integridad de la tierra, implica tratar  al suelo como algo sagrado.    La desacralización del suelo es consecuencia de los cambios en el significado del espacio. El  espacio sagrado, el universo de todo significado y toda vida, la fuente de toda subsistencia, se ve  transformado en un mero  sitio, en un punto del espacio cartesiano. Cuando un sitio se identifica  en un proyecto de desarrollo, se destruye como lugar espiritual y ecológico.   
 Hay una historia que los ancianos de la India Central cuentan a los niños, para recordarles que la  vida de la tribu está íntima y profundamente ligada a la vida de la, tierra y del bosque. Es ésta:  «El bosque estaba en llamas. Empujadas por el viento, las llamas se acercaron  a un bello árbol en  el que estaba posado un pájaro. Un viejo que escapaba del fuego vio al pájaro y le dijo: «pequeño  pájaro, ¿por qué no huyes volando? ¿Has olvidado que tienes alas?» Y el pájaro contestó:  «Hombre viejo, ¿ves sobre mí ese nido vacío? Allí es donde  nací. Y en este pequeño nido del que  surge este piar estoy criando a mis hijos. Los alimento con el néctar de las flores de este árbol, y yo  me alimento de sus frutos maduros, ¿Ves los excrementos caídos en el suelo del bosque? Muchos  brotes surgirán de ellos, y así  ayudo al crecimiento de la vegetación, como hicieron mis padres  antes que yo y como harían mis hijos después de mí. Mi vida está ligada a este árbol. Si muere,  seguro que moriré con él. No, no he olvidado mis alas.»    El hecho de que la gente no abandonara sus  tierras ancestrales, que continuara reproduciendo sus  vidas en la naturaleza y la sociedad de forma perenne y duradera, no se consideró una forma de  conservar la tierra, de preservar la ética del suelo. Se vio como un síntoma de estancamiento, de  estar lisiado, de no poder cambiar. Se consideró necesario  crear algo que hiciese cambiar a estos  sistemas estables. Se les dio movimiento con proyectos de desarrollo, y la destrucción y el  desarraigo que significaban se camuflaron bajo la categoría cartesiana de «desplazamiento».    Peter Berger ha descrito el desarrollo actual como «la creciente condición del desarraigo». Su  creación es a la  vez consecuencia de la destrucción ecológica del hogar y de romper los vínculos  culturales y espirituales de la población con ese hogar. La palabra ecología deriva de la palabra  griega oikos: hogar, La destrucción ecológica es, en su esencia, la destrucción del suelo como  hogar espiritual y ecológico.    Sustituir la  categoría sagrada del espacio por una categoría cartesiana es posible para los  tecnócratas y las agencias de desarrollo. Es un proceso irreversible de genocidio y ecocidio que se  camuflan bajo términos como «desplazamiento» y «reasentamiento».    Para quienes consideran sagrado el suelo, el reasentamiento es inconcebible. Un anciano de la  tribu Krenak  habló sobre la imposibilidad de reasentarse, en una audición pública de la Comisión  Mundial de Desarrollo Ambiental: «Cuando el gobierno tomó nuestra tierra en el valle del río  Doce, quiso darnos otro sitio en otro lugar. Pero el Estado, el gobierno, no entenderá nunca que  no tenemos ningún otro sitio  adónde ir. El único sitio posible para la gente Krenak donde vivir y  establecer nuestra existencia, donde hablar a nuestros dioses, hablar a la naturaleza y llevar  nuestra vida es donde Dios nos creó. Es inútil que el gobierno nos ponga en un lugar maravilloso,  en un buen sitio con mucha  caza y pesca. Seguiremos muriendo, y morimos insistiendo que sólo  hay un sitio en el que podamos vivir.»    Este acercamiento a la naturaleza que considera el suelo como algo materno y los seres humanos  como frutos de ella y no como propietarios, ha sido y es universal, a pesar de  que se ha sacrificado  en todas partes como si representase una visión local y sin interés.    En su lugar se ha introducido la estrecha visión cultural de los blancos europeos, universalizada a  través del colonialismo y del desarrollo, que ven el suelo como una propiedad a conquistar y a  poseer.   
 El colonialismo transformó la tierra y el suelo. Eran la cuna natural de la vida y una fuente de  sustento para sus habitantes; los convirtió en una propiedad privada para ser comprada, vendida y  conquistada. El desarrollo continuó lo que el colonialismo no pudo terminar. Transformó a los  seres humanos  de invitados en depredadores. En un lugar sagrado sólo se puede ser invitado, no  se puede poseer. Esta actitud hacia el suelo y la tierra como hogar sagrado, no como propiedad  privada, es característica de la mayoría de las sociedades del Tercer Mundo. La carta del jefe siux  Seattle se ha  convertido en un testamento ecológico: «La tierra no pertenece al hombre, el  hombre pertenece a la tierra. Todas las cosas están conectadas, como la sangre que une a una  familia. Lo que le ocurre a la tierra le ocurre a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la  telaraña  de la vida, es sólo un hilo. Cualquier cosa que haga a la telaraña se la hace a sí mismo.»    En la visión del mundo del África indígena «el mundo en su totalidad está hecho de un solo tejido.  El hombre no puede dominarlo en virtud de su espíritu.  Es más, este mundo es sagrado y el  hombre debe ser prudente con el uso que hace de él. El hombre debe actuar en este mundo como  invitado, y no como un propietario explotador».    En las comunidades indígenas los individuos no tienen propiedad privada. Toda la tribu es  responsable de  la tierra que ocupa. Y la comunidad o tribu no incluye sólo a los miembros vivos,  sino también a los ancestros y a las generaciones futuras. El suelo no es un concepto territorial, no  define un espacio cartográfico sobre un mapa.    La ironía de la desacralización del espacio y el  desarraigo de las comunidades es que las categorías  seculares del espacio usadas por el desarrollo transforman a los habitantes originales en extraños  en su propio hogar, mientras que los extranjeros toman ese hogar como propiedad privada. Se  lleva a cabo una redefinición política de la gente y la sociedad mediante cambios  en el significado  del espacio. Se crean nuevas fuentes de poder y control sobre la naturaleza y la sociedad. El poder  y el significado pasan de estar enraizados en el suelo a estar ligados al Estado y al capital global.  Estos conceptos unidimensionales y homogeneizantes del poder crean nuevas dualidades  y nuevas  exclusiones. Trágicamente, los más excluídos dentro del nuevo orden de poder son los habitantes  originales, y los más incluídos los extranjeros distantes que controlan el capital.    La santidad del suelo era una condición esencial para la renovación de la sociedad. De la madre  tierra nace la sociedad. Las  condiciones de renovación pasan por el mantenimiento del ritmo y los  ciclos de reproducción de la vida. Perdurar, permanecer, continuar, mantenerse: para todo ello la  integración en un todo orgánico resulta una condición esencial. El todo perdura, las partes  degeneran y desaparecen. El concepto sagrado del espacio y del orden se  refleja en el concepto  sagrado del tiempo. El tiempo sagrado tuvo que ser sustituido por el tiempo mecánico que  comprimía todas las historias en una sola, la del hombre blanco industrial. Para Bacon, llamado el  padre de la ciencia moderna, la naturaleza ya no era la Madre Naturaleza, sino una  naturaleza  femenina conquistada por una ciencia masculina y agresiva.    El tiempo masculino crea un futuro masculino para todos. Paradójicamente, una visión universal  sólo basada en el concepto del futuro es la que amenaza el futuro. La voracidad ecológica de la  cultura que lanza el mito del progreso amenaza con poner  fin a la historia, cerrar el futuro. La  cultura depredadora que se autodenomina futurista vive a costa del futuro, coloniza el futuro.     
El dominio de un concepto lineal del tiempo, combinado con la hegemonía cultural, sólo puede  crear un orden violento en el que el pasado de otros y sus alternativas de futuro se destruyen, y el  sueño del futuro de todos se convierte en el presente o el pasado del hombre industrial.  Otros  senderos, otros caminos, otras historias no se perciben, y al no ser percibidos son borrados . Veo  claramente la profundidad con que el pensamiento lineal se ha asentado en nuestras mentes cada  vez que discusiones sobre otras realidades contemporáneas, libres de la forma de actuar  occidental y patriarcal, hacen  surgir la pregunta: «¿Es que quieres hacernos volver al pasado?» o  «¿Quieres hacernos volver a la Edad de Piedra?». Y cada vez me sorprende el esquema mental que  permite que el presente y el futuro de culturas no occidentales se conviertan inmediatamente en  el pasado de la historia del hombre blanco.  Por definición, el tiempo masculino excluye las otras  alternativas. Aparta a otras culturas de sus fundamentos históricos y los sustituye con la promesa  vacía de un futuro hecho a imagen y semejanza del occidente patriarcal.    El desarrollo ha interrumpido el proceso cíclico y lo ha sustituido por una carrera lineal  hacia el  «futuro», el siglo XXI. Es, de hecho, inevitable que habrá un siglo XXI. Pero no es esta inevitabilidad  la que se invoca con la imagen del próximo siglo, sino la imagen del occidente contemporáneo. La  historia se ve reducida a la imitación de la cultura más desalmada, y  esta imitación se define como  modernización y progreso. A través del nacimiento del tiempo masculino, el desarrollo ha  convertido a una subcultura (producto de los tecnócratas blancos) en un ideal al que se debe  llegar aunque ello suponga la propia destrucción. El tiempo, robado a la historia, se ha convertido  en  el instrumento para destruir la historia. La obsolescencia, la creación deliberada de lo  desechable, del «usar‐y‐tirar», se ha convertido en la fuerza del cambio, y también en la fuerza  que destruye la permanencia y la durabilidad. Un movimiento cada vez más rápido en el tiempo  lineal se ha  convertido en el fin hacia el que se dirigen todos los esfuerzos humanos. Es como si las  sociedades hubiesen sido arrancadas del suelo y lanzadas al tiempo vacío. Los ciclos de renovación  de la naturaleza y de la sociedad están siendo destruidos porque marcan límites. Imponer el  tiempo masculino sobre los  ciclos naturales se ha convertido en la esencia del progreso, y en la  causa básica del desastre ecológico y social.    Por supuesto, existe otra forma de afrontar el futuro, y ha sido el camino tomado por muchas  culturas no occidentales. Los indios norteamericanos vivían con el criterio de las generaciones  venideras: consideraban el valor de sus acciones según el impacto que podrían tener sobre la  séptima generación. Como dijo al respecto Oren Lyons, portavoz de la nación Onondoga:  «Nuestros abuelos nos enseñaron: «vigila cómo pones tus mocasines sobre la tierra, porque las  caras de las generaciones futuras miran desde dentro de  la tierra esperando su turno para vivir».    Ya que el desarrollo es una forma deliberada de hacer perder a las sociedades sus lazos con la  tierra, recordar esta unión se convierte en un acto de resistencia política y de recuperación  ecológica. Como dijo el novelista Milan Kundera: «La lucha del  pueblo contra el poder es la lucha  del recuerdo contra el olvido». La creación del mito del progreso lineal, que divide a las culturas  entre «atrasadas» o «modernas», «primitivas» o «avanzadas» dentro de la escala lineal de valores  del tiempo masculino, significa la destrucción de la memoria de otras temporalidades,  otras  identidades y otras historias. Es pues natural que las naciones indias del Brasil, en el encuentro de  Altamira, se centraran en la recuperación de la memoria. En palabras de Krenak: «Consideramos la  memoria como la relación fundamental entre la humanidad y la Naturaleza. Por eso debemos  hablar más alto. Por  eso invitamos a la gente que quiera recordar a caminar con nosotros».     
El orden mecanicista del universo, la sustitución de otros significados del espacio por los de  Descartes y Bacon, se consideró basada en «las leyes de la naturaleza». Después de todo, la  ciencia reclama para sí el descubrimiento de dichas leyes. Pero hoy es evidente que las «leyes» de  la ciencia no  eran leyes naturales, sino creadas según la violenta visión masculina que viola los  ritmos y procesos de la naturaleza.  El intento de conquistarla y controlarla ha creado un nuevo sometimiento a la ciencia, y los  instrumentos que hemos utilizado para esclavizar a la naturaleza se han convertido en fuente de  nuestra propia esclavitud.    La ciencia moderna se presenta como un sistema de conocimiento universal, libre de valores, que  ha desplazado a otros sistemas de conocimiento gracias a su universalidad y neutralidad, y por la  lógica de sus métodos. A pesar de todo, la corriente dominante dentro de la ciencia: el  reduccionismo  o paradigma mecanicista, es una respuesta particular de un grupo concreto de  gente. Nació entre los siglos XV al XVII, con la muy aplaudida Revolución Científica. Durante estos  últimos años, los estudios sobre el Tercer Mundo y la mujer han empezado a denunciar que el  sistema científico dominante no emergió  como una fuerza liberadora en favor de toda la  humanidad (a pesar de que se autolegitimó en términos de beneficio para el conjunto de la  especie), sino como un proyecto masculino y patriarcal que necesariamente implicaba el  sometimiento de la mujer y de la naturaleza.    Existen otros procesos de conocimiento que  se contraponen al ideal baconiano de descubrimiento  de las leyes naturales por la manipulación; buscan el conocimiento a través de la identificación, no  del control, a través de la participación y no del dominio.    Participar en la vida del organismo no es sólo un método más efectivo para conocerlo; es  una  fuente de liberación y fuerza para el conocedor. Como escribió Rachel Carson: «Quienes  contemplan la belleza de la Tierra hallan reservas de fuerza que durarán tanto como dure la vida.  Hay una belleza simbólica y real en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de las mareas,  en  el brote que espera a la primavera. Hay algo infinitamente curativo en la sabiduría de la  naturaleza: la seguridad de que el alba viene después de la noche y la primavera después del  invierno».   
Vandana Shiva      
 Extractado por Farid Azael de  Nueva Conciencia  Integral Ediciones.‐ Barcelona.   Este artículo fué publicado en el Nº 14 de la Revista ALCIONE   
Etiquetas: Shiva, Vandana

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